Las Relaciones Médico Paciente

Las relaciones médico paciente en tiempos de pandemia – II

 

Durante decenios se pensó que las enfermedades infecciosas habían sido vencidas. La higiene, la alimentación, las vacunas y los antibióticos consiguieron que las enfermedades infecciosas dejaran de ser la primera causa de mortalidad en gran parte del mundo. Y han retornado con la fuerza inesperada de una Pandemia. Ha sido una cura de humildad volver a “saber” que somos más vulnerables de lo que creíamos. Abducidos y seducidos por una espectacular medicina de precisión – ofrecemos lo inimaginable – hemos olvidado lo obvio: la antigua y caduca enfermedad infecciosa. No es casualidad que las tres personas que actualmente lideran los proyectos de vacuna covid del CSIC son jubilados. Pasados de moda. Arqueología médica.

Y, de pronto, aparece una nueva pandemia, que, como toda gran catástrofe, hace que surjan miedos atávicos, ancestrales y aparezcan otros nuevos. A la inevitable inseguridad y miedo que produce el canallavirus, primero tratamos de negarlo o disimularlo con firmeza y desenvoltura, pero cuando el miedo se acrecienta, rompe las barreras defensivas, provocando un pánico que a unos bloquea y paraliza, y a otros les provoca graves reacciones, tanto sociales como individuales. El enemigo es indudablemente social pero lo que provoca es fortalecer la cultura del interés propio (hoy como en el medievo surge la huida y el refugio como mecanismo básico: “huye cuanto antes, regresa tarde”), y, por tanto, el individualismo. Individualismo, por otro lado, muy arraigado en la sociedad actual. El altruismo y la generosidad por el miedo inducido queda menoscabado, aunque afortunadamente han seguido produciéndose. Hay un inevitable “contagio social” y surgen imprevistas individualidades, que nos remiten a nuestra historia personal. Son tiempos de repliegue y prevención. Pasamos a ser más vulnerables, y a la inevitable inseguridad que produce el desconocido y mortal virus se suma la cruel desconfianza, que es esencial para el ser humano. Somos plenamente dependientes, precarios, frágiles; sobre todo en momentos como estos.

A lo largo de la vida aprendemos involuntariamente cuál es la distancia física y psíquica idóneas y qué es lo que podemos esperar de nuestro entorno emocional y cómo utilizar al otro para regular nuestras emociones, para conseguir seguridad y reconocimiento. Pero en tiempos de pandemia surge una inesperada y traumática sorpresa: el amigo o familiar que nos ayuda y protege nos puede infectar, y a su vez, nosotros también somos vectores de infección. No te puedes fiar del semejante, y tampoco se fían de ti. Pero – lo más grave – no te puedes fiar del médico que además va embozado, desconocido.

¿Y el médico? El médico, como persona que es, también tiene miedo, a veces pánico de infectarse e infectar a su familia. Durante la pandemia la profesión médica ha recibido con gratitud una especial valoración de su trabajo; de su esfuerzo y dedicación; de su bonhomía, de su altruismo. Ha constatado su encumbramiento mediático y la importancia de ser virólogo o experto en Salud Pública. También ha tenido que resignarse y comprobar que su conocimiento era taimadamente utilizado en los círculos políticos y cómo se escudaban en los “sabios y expertos científicos” para tomar las decisiones más interesadas e impopulares. No obstante, el Dr. Fauchi o el presidente de la OMS son estrellas rutilantes, mundialmente conocidas.

El coronavirus, pues, nos clasifica con toda crudeza en dos categorías: o estamos enfermos o pavor a estarlo. Ciertamente hay una tercera categoría – representada fundamentalmente por los jóvenes – que repudian el miedo por ignorancia o radical negación, haciéndoles vivir en mundos paralelos. No obstante, el miedo, socialmente legitimado, planea por doquier. La necesidad de huir de todo contacto nos ha hecho seres temerosos, aislados, desconfiados, asociales. Son tiempos de repliegue y prevención que afectarán a la ya precaria RMP. Por un lado, tratarán uno y otro de mantener su rol y de “disimular” el peligro del contagio, y por otro, tratarán de no “verse” y buscarán para ello sólidos argumentos que justifiquen tranquilizadoramente su decisión. Por ejemplo, el prescriptivo y necesario distanciamiento social puede ser usado para evitar la relación y en una pirueta mental denominarla prudencia médica y así, médico y paciente evitan verse. También, tenemos la certeza, refrendada por la estadística, de que numerosos pacientes graves (infartos, cáncer, ictus..) están evitando por miedo ir al médico, pero también si uno está a pie de calle y escucha su entorno le llegan comentarios del tipo: “el médico no quiere verme, los teléfonos están siempre comunicando, con el protocolo covid se hace imposible acceder a un centro médico, … No se atreven a decir descaradamente: nos sentimos solos y abandonados.

Por otro, el médico esencial, el de cabecera de toda la vida, está asumiendo una enorme responsabilidad, sobresaturado e impotente, bordeando el burnout y haciendo uso del teléfono, videollamada… que son imprescindibles pero que tienen carencias comunicativas y que no terminan de dar la confianza suficiente. Se pierde la imprescindible comunicación no verbal: se pierde el saludo, el gesto, las formas de saludar, la mirada, las posturas, la presencia; el necesario contacto físico. Nos convertimos en un busto parlante. La humanidad se ha convertido en una webinar, zoom, streaming que ha venido para quedarse y evitar encontrarnos. Médico y paciente expresan su malestar a su manera. La profesión sanitaria manifiesta su impotencia y desamparo con carteles elocuentes: “solos no podemos” (os necesitamos); los segundos crean una página web: “elteléfononocura”. No obstante, médico y paciente se necesitan. Para sentirse bien necesitan uno de otro; el primero necesita la estima, respeto y reconocimiento del otro (la medicina es arte, valores y sentimientos); el segundo le necesita para recuperar su estado de salud y su confianza en una relación que va mucho más allá de lo médico. Ambos son vulnerables.

Hay que restablecer la realidad, hay que restablecer la confianza. La complejidad y el conflicto no excluyen el consenso. Médico y paciente tendrán que elaborar sus recelos y evitaciones; potenciar su natural “urdimbre afectiva”. ¿Vana Ilusión? La clave -compartida por casi todos- está en la recuperación del médico de siempre, el médico de cabecera o médico de familia, que se interesa por sus pacientes, los conoce en su contexto socio familiar y les acompaña a lo largo de la vida. Sin embargo, la medicina de familia está en estado agonizante. Médicos y pacientes no están muy interesados por ella y prefieren ser o ir al especialista. De otro lado, los gestores políticos se debaten en inanes discursos y promesas incumplidas que certifican la próxima muerte de esta medicina. Estando de acuerdo, hacemos lo contrario.

Sin embargo, no hay que impacientarse, las reglas sociales que impone la propia pandemia darán lugar a nuevas e inimaginables proximidades o revivirán viejos gestos que nos hagan superar la adversidad. Todo pasará.

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